El hombre que pudo reinar - Análisis

7/27/20242 min read

John Huston, uno de los maestros del cine clásico, nos regaló una joya cinematográfica en 1975 con "El hombre que pudo reinar". Adaptación del cuento de Rudyard Kipling, esta película se convierte en una profunda reflexión sobre el poder, la ambición y la inevitable caída de aquellos que se creen invencibles. Huston, conocido por su habilidad para narrar historias de perdedores y marginados, utiliza esta obra para explorar la complejidad de la naturaleza humana y la fragilidad del éxito.

La historia sigue a Daniel Dravot (Sean Connery) y Peachy Carnehan (Michael Caine), dos aventureros británicos que se proponen convertirse en reyes de una remota región de Afganistán. Su plan, lleno de audacia y descaro, refleja la clásica narrativa del hombre contra el destino. Sin embargo, a medida que la película avanza, Huston desentraña las capas de sus personajes, revelando sus vulnerabilidades y su inevitable caída.

Desde el comienzo, Huston nos sumerge en una atmósfera de grandiosidad y desolación. La cinematografía captura los vastos paisajes de Afganistán, simbolizando la grandeza del sueño de Dravot y Carnehan, pero también su aislamiento y la imposibilidad de su empresa. Los paisajes, a su vez, sirven como metáfora de la mente humana: vasta, inexplorada y llena de peligros.

A lo largo de la película, Huston trata a sus personajes con una mezcla de compasión y brutalidad. Dravot y Carnehan, aunque ambiciosos y valientes, son también ingenuos y, en última instancia, trágicos. Sus sueños de gloria y poder se ven socavados por su falta de comprensión de la cultura y las creencias de las personas que intentan gobernar. Huston utiliza esta narrativa para explorar uno de sus temas recurrentes: el destino inevitable de los perdedores.

En "El hombre que pudo reinar", los protagonistas no son simples aventureros; son representaciones de la arrogancia y la ceguera del colonialismo. Su creencia de que pueden imponerse y ser aceptados como dioses refleja la mentalidad imperialista de la época. Huston no duda en mostrar las consecuencias de tal arrogancia: la desintegración de sus sueños y su eventual destrucción. Esta caída no solo es física, sino también moral, ya que Dravot y Carnehan se enfrentan a la realidad de su propia insignificancia y vulnerabilidad.

La actuación de Sean Connery y Michael Caine es fundamental para transmitir la profundidad de estos personajes. Connery, en particular, aporta una mezcla de carisma y fragilidad a Dravot, capturando su evolución de líder carismático a figura trágica. Caine, por su parte, aporta una sensibilidad cruda a Carnehan, su interpretación es un testimonio de la capacidad de Huston para sacar lo mejor de sus actores.

El clímax de la película, donde Dravot es despojado de su falsa divinidad y enfrenta su destino con una dignidad desgarradora, es un momento de pura maestría cinematográfica. Huston dirige esta escena con una tensión palpable, capturando la tragedia de un hombre que se dio cuenta demasiado tarde de la futilidad de su ambición. La película nos recuerda que, independientemente de cuán altos lleguemos, siempre estamos a merced de fuerzas más grandes que nosotros mismos.